HOGAR, DULCE HOGAR I
Sale a la ciudad, están con ella los lobos,
bate un miedo íntimo en la piel.
Habla mil voces, ningún grito. Manso humo de aliento.
Habla mil voces, ningún grito. Manso humo de aliento.
Viste el cuerpo de limpio,
lleva puesto todos los errores del mundo
y las venas hinchadas de urgencia.
Entra en la ciudad, los lobos danzan sus pasos,
lamen la intemperie en las encrucijadas,
olfatean los tobillos y aúllan.
Aúllan pájaros negros como cenizas sonoras,
silencios construidos como muros de regueros,
como algodones, infiernos que levantan el alba con rubor,
apariencias derramadas como ramilletes de fiebre,
como témpanos, sueños de futuro y encajes.
Aúllan a los hogares sin lechos; a llantos de lechos corrompidos,
a atrancadas entradas; a barricadas de entregas;
a los indolentes comidos de invierno tras el cristal.
Los anacoretas urden planes de huida.
Los sabios empujan la puerta entreabierta al templo,
los lobos protegiéndole, ululan una voz más que la concluye.
Un mar y un cielo se circundan en grises,
amanece, eterno, determinante.
Regresa a la torre.
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