Saber que irse es sin rastro ni sombra,
aunque se hubieran batallado las posiciones con rotundidad,
disputándole al camino la cordura.
Aunque se le robara al trayecto el viaje y la odisea escribiese el regreso.
Aunque se le hubiera guerreado al mar los oleajes de desventura,
llevando el blanco como estandarte y el luto como desánimo.
Saber que las treguas contra el mito quedarán
abandonadas en infértiles posturas yacentes.
Que el orondo ulular de los territorios habitados
se perderá en las silentes bocas, náufragas de la palabra.
Que huérfanos serán los espejos de reflejos de vanidad,
vencidos por imágenes en santuarios profanados.
Saber del recorrido errático de destino estéril,
sin haber llegado al recodo imposible de pernoctar,
sin la ebriedad del descenso, sin pliegues, sin conclusiones,
sin que en las yemas temblasen los colores,
ni se ordenase con caos el espacio,
sin que en las yemas temblasen los colores,
ni se ordenase con caos el espacio,
apenas secreteando la rutina.
Saber cómo alimentará el olvido nuestras vértebras,
cómo leves en anécdotas purificarán el ambiente familiar,
ganarán unas horas todas las voces y las lágrimas,
un tiempo serán testigo de ofrendas y plegarias. Eternamente,
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