Cuando al alba amanecen labios agostados que no humedecen verbos y el eco ya no teje la prosodia.
Cuando las palabras se desclavan de la memoria y, de la llama, el rescoldo de la pira.
Cuando los sonidos no copulan con las frases y se eyacula el mutismo, la voz secuestrada por lápida y mortaja.
Cuando aglomeraciones de silencios copan estrechos el aire y de las huellas los indicios son monstruos.
Cuando el nombre no eclosiona rotundo las vocales, ni sacude con la desidia de fonemas gastados.
Cuando ya no se pondera lo eterno, el vértigo se fuga de la noche y se protege el reflejo de un espejo herido.
Cuando se intuye que las palmas se hallarán vacías y que la pureza entorpece el aliento.
Cuando se sabe que la salinidad anegará el sueño y que nos habita un cuerpo y no un alma.
Cuando ayer fue enredado en penumbras que subían vientres hacinadores de los recuerdos, en la locura estática de un ritual elegíaco,
sombra de la palabra al agotamiento de la espera, un lento tiempo detenido.
Cuando el fuego ya no transforma la cimbreante inquietud de la atmósfera.
Cuando de lo pasado no queda apenas más que un latido y se desgaja la oscura infancia.
Cuando un intangible espacio organiza el miedo y apenas sucede más que el tiempo,
porque ya no hay dioses ni héroes que confundan infierno y magia,
Cuando las palabras se desclavan de la memoria y, de la llama, el rescoldo de la pira.
Cuando los sonidos no copulan con las frases y se eyacula el mutismo, la voz secuestrada por lápida y mortaja.
Cuando aglomeraciones de silencios copan estrechos el aire y de las huellas los indicios son monstruos.
Cuando el nombre no eclosiona rotundo las vocales, ni sacude con la desidia de fonemas gastados.
Cuando ya no se pondera lo eterno, el vértigo se fuga de la noche y se protege el reflejo de un espejo herido.
Cuando se intuye que las palmas se hallarán vacías y que la pureza entorpece el aliento.
Cuando se sabe que la salinidad anegará el sueño y que nos habita un cuerpo y no un alma.
Cuando ayer fue enredado en penumbras que subían vientres hacinadores de los recuerdos, en la locura estática de un ritual elegíaco,
sombra de la palabra al agotamiento de la espera, un lento tiempo detenido.
Cuando el fuego ya no transforma la cimbreante inquietud de la atmósfera.
Cuando de lo pasado no queda apenas más que un latido y se desgaja la oscura infancia.
Cuando un intangible espacio organiza el miedo y apenas sucede más que el tiempo,
porque ya no hay dioses ni héroes que confundan infierno y magia,
entonces, entonces...
cegamos y zurcimos los ojos para no oler el mal.
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