y la tenue luz no ciega los instantes, llevamos la frente erguida,
gravitando el ímpetu, la semivigilia no derrotada,
incrustándonos en el rostro las únicas imágenes, que,
emergidas de los sueños, atesoran destellos intangibles en retinas no vencidas,
infundiendo en la piel la certeza del día mientras los silencios no acallan los deseos.
Al alba cuando la presencia de la noche sigue formando ensueños,
llevamos el semblante semioculto, casi desaparecido,
sin pactos, un leve reconocimiento, cómplice la lasitud del gesto,
los ojos abiertos, nadie golpea entonces, ningún combate,
las pupilas perfeccionan su mirada más posesa y obsesiva,
no acechan hacia afuera, en esos instantes en que la luz toma posesión de la piel
nos reconocemos en la exclusividad de la hazaña.
Al alba cuando la oscuridad va cediendo al fulgor temprano se van rellenando vacíos
con figuraciones de espacios herederos de la ilusión
y se retienen adosados al iris, al resguardo de la fragilidad del recuerdo,
impidiendo la fuga y el desánimo, venciendo con ellos la aparente quietud o desidia.
Al alba protegidos de destellos fulgurantes que revelan caos,
sin más testigos en la boca que el silencio que arranca miedos,
dejando ingobernadas las voces y desmayadas las yemas,
queremos retener eternamente lo que fue cierto y fugaz,
refugiando en las frases el término, acunando con ellas el porvenir.